Las estrellas de mar

Una mañana, después de una gran tormenta, la playa estaba cubierta de miles de estrellas de mar que habían sido arrojadas fuera del agua por la fuerza de las olas. El sol comenzaba a calentar la arena y era evidente que todas ellas morirían deshidratadas en cuestión de horas.

Un hombre paseaba por la orilla, contemplando el triste espectáculo de la naturaleza, cuando a lo lejos vio una figura que se movía de forma extraña. Al acercarse, descubrió que era un joven. Corría de un lado a otro, agachándose una y otra vez, para coger una estrella de mar y, con un suave movimiento, lanzarla de vuelta al océano.

El hombre observó durante un rato, compadeciéndose de la inutilidad de ese esfuerzo. Finalmente, se acercó al joven y le dijo con condescendencia:

—Disculpa, joven. Pero lo que haces no tiene sentido. Hay miles de estrellas de mar en esta playa. ¡Miles! Puede que logres devolver al agua unas docenas, o incluso un centenar, pero ¿qué diferencia va a suponer eso? No vas a poder salvar a la mayoría. Es inútil. No cambiará nada.

El joven se enderezó, con una estrella de mar en la mano. La miró un instante, luego sonrió dulcemente y, con un gesto suave y preciso, la lanzó sobre las olas. Se volvió hacia el hombre y, con una serenidad que desarmó por completo al escéptico, dijo:

—Para esta, sí cambió todo.

Y siguió con su tarea.

El hombre se quedó mudo, la frase resonando en su interior como un trueno. La verdad de aquellas palabras lo golpeó con una fuerza inesperada. Sin decir nada más, se agachó, cogió una estrella de mar y, imitando el gesto del joven, la lanzó al mar. Luego otra, y otra.

Pronto, se unieron más personas. Y luego unas cuantas más. Ninguno podía salvar todas las estrellas, pero cada uno de ellos estaba cambiando el mundo entero para cada una de las que salvaban.

Anónimo

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